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La Fe y la Esperanza en la recuperación de adicciones


“El que planta un árbol sabiendo que nunca se sentará a su sombra ha comenzado a entender el sentido de la existencia”. La fe y la esperanza son valores o virtudes trascendentes de la espiritualidad.


Una persona que ha tocado fondo y elige el camino de la recuperación está realizando un acto de fe. No sabe qué le espera al otro lado, pero está seguro de que no quiere seguir en la situación que se encuentra.


Luego de vencer la negación y reconocer que existe un problema, toca darse cuenta de que es necesario pedir ayuda y luego, aceptar la ayuda que se ofrece. El proceso es sencillo de explicar, pero difícil de comprender y más difícil aun de llevar y mantener en la práctica cotidiana.


Al iniciar un tratamiento un adicto tiene casi todas las probabilidades en su contra. Altas tasas de abandono de los tratamientos, motivación mayormente extrínseca y, para colmo, escasa probabilidad de llegar abstinente al final del primer año.


Muchos de ellos, al igual que sus familiares, han perdido la esperanza de poder hacer las cosas de manera diferente. Lo han intentado muchas veces y han fracasado.


Como dicen muchos de mis colegas y adictos en recuperación, iniciar este proceso es como lanzarse a una piscina con los ojos vendados y sin saber si tiene agua. Lo cierto es que estos valores o virtudes trascendentes se encuentran en la base de millones de historias de recuperación.


La fe no hace que las cosas sean más fáciles, pero las hace posibles.


La fe es la creencia que un Poder Superior da un orden al universo y un propósito a nuestra existencia. Las cosas que suceden (buenas o malas) se interpretan como pruebas para cumplir con el plan trazado para cada uno de nosotros.


Hace 10 años se publicó un experimento muy interesante sobre el tema. Partía de la idea de que el ser humano había desarrollado la creencia en un Poder Superior como un recurso para afrontar la adversidad.


El estudio no estaba enfocado a validar la creencia, sino en comprobar su utilidad para mantener afrontar la incertidumbre. Es decir, intentaba explicar la utilidad de la Fe.


El experimento fue encubierto, es decir, el participante creía que el objetivo era muy diferente al real. Indujo los estímulos clave sin que el participante fuera consciente de lo que estaba ocurriendo.


Los investigadores concluyeron que la creencia en un Poder Superior, como Dios o el karma, tiene como una de sus funciones defender a las personas contra el malestar causado por la casualidad o la aleatoriedad.

¿Qué quiere decir esto? Pues básicamente que no es bueno para nuestra salud mental y supervivencia concebir las cosas (buenas o malas) que nos pasan como casualidades que no tienen ningún sentido.


Otro estudio denomina incertidumbre ecológica a los factores adversos (cosas malas) y realiza un análisis de las creencias religiosas en 583 sociedades. En definitiva, la fe es una herramienta, desarrollada para afrontar situaciones difíciles y sin ella no hubiéramos llegado a ser lo que somos como especie.


“Mientras hay vida hay esperanza”


Si la fe moldea nuestra actitud, la esperanza moldea nuestra acción. Puede definirse como la determinación para alcanzar un objetivo, sin importar lo escasa que sea la probabilidad de lograrlo.


La esperanza se compone de tres elementos: el objetivo; el camino y los medios. Uno tiene claro a dónde quiere llegar, el camino que debe transitar y los medios con los que cuenta.


Sin importar cuan escasa sea la probabilidad de lograr un resultado, seguimos adelante. La esperanza se relaciona con el bienestar y la felicidad, aun en situaciones de adversidad o enfermedad.


Una revisión publicada en Frontiers in Psychology resalta la importancia de la esperanza para enfrentar las enfermedades crónicas, duros tratamientos o una rehabilitación dolorosa. En fin, es una fortaleza del carácter que permite a las personas realizar los cambios necesarios para el desarrollo de un estilo de vida saludable.


Un tema interesante que se presta a debate son las denominadas “falsas esperanzas”. En este punto me gustaría mencionar dos referentes de la Psicología, Richard Lazarus y Seymour Epstein.


El primero de ellos hace referencia al segundo en su libro Pasión y Razón, para desmontar la idea de las “falsas esperanzas”. Epstein, por su parte, dice no comprender lo que significa el término. Argumenta que toda esperanza es “falsa” en su concepción, pues no existe certeza del resultado y, además, es poco probable que se materialice.


Lazarus continúa esta idea argumentando que la esperanza no tiene mucha razón de ser cuando las probabilidades juegan a nuestro favor. De hecho, sugiere que cuando las probabilidades juegan en nuestra contra y la situación es más difícil o desesperada, es precisamente cuando más necesaria se torna la esperanza.


Quizás haríamos bien en no confundir generar falsas esperanzas con falsas expectativas. La esperanza siempre es correcta, lo incorrecto es que se sostenga sobre falsas expectativas o el engaño. Debido a ello, siempre debemos guiarnos por fuentes fiables de información.


Las flores del bambú.


En el arte chino el bambú es uno de los cuatro nobles y representa el verano. Pueden pasar más de cinco años después de plantar la semilla y parece que no sucede nada. Y luego, como si de la historia de Jack y las habichuelas mágicas se tratase, en un par de meses ¡algunas especies pueden crecer hasta 30 metros!

Durante todo ese tiempo, el gran trabajo ocurre bajo tierra, pues necesita un fuerte sistema de raíces que sostengan la planta. El desarrollo de la fe sería el equivalente a la visión del botánico o el jardinero con el bambú. Ellos tienen la certeza que fuera de su vista están ocurriendo cosas y que todo llegará a su debido tiempo.

Eso mismo ocurre con la educación. Un país que reforma un sistema educativo desde sus cimientos necesita casi 40 años para que esta inversión se revierta en la economía y el bienestar de la nación. Es probable que aquel que diseñe el proyecto no alcance a cosechar los beneficios económicos y de bienestar que aspira que la sociedad logre.


También ocurre algo similar con la familia, las relaciones entre sus generaciones y la crianza de los hijos. ¿Cuánto tardan estas “semillas” en “florecer” y alcanzar todo su potencial? Ningún padre tiene la certeza de que su hijo será todo lo que ha proyectado que puede llegar a ser, pero aun así trabaja con ahínco para que tenga la posibilidad de lograrlo. ¡Y qué decir de los abuelos!


Al parecer, es importante creer que hay un plan y que no podemos saber o controlarlo todo, que solo podemos hacer nuestra parte y tener fe. Si miramos concienzudamente nuestra vida podremos preguntarnos cuántas semillas de bambú hemos plantado y cuántas llegamos realmente a ver germinar o florecer.

Podemos quejarnos de que estamos invirtiendo esfuerzos en vano, o que hemos sido estafados porque no vemos ningún resultado y, con el tiempo, darnos cuenta de que ese fracaso nos llevó hacia el lugar donde debíamos estar, o que el éxito nos desvió del camino que queríamos seguir.


A modo de conclusión.


La fe nos brinda la serenidad necesaria para aceptar aquellas cosas que no podemos cambiar, entendiendo que forman parte del plan de un Poder Superior, tal y como cada cual lo conciba.


La fe nos ayuda a transitar por el dolor y nos ayuda a lidiar con el sufrimiento. Como bien dice una frase que he escuchado, “el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional”.


Por su parte la esperanza nos ayuda a mantener la acción y seguir haciendo nuestra parte, sobre todo cuando las probabilidades no están de nuestro lado.

La esperanza nunca es falsa, pero sí pueden serlo las expectativas en las que se sostiene, basadas en la información que recibimos. Por ello, es importante buscar fuentes fiables de información.


En momentos de gran incertidumbre, como los que estamos viviendo, la esperanza y la fe resultan más necesarias que nunca.

¡Feliz semana!

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